Para entender la forma en que tú sientes
debo saber primero comprender
mis propios sentimientos.
No basta con decir que me comprendes
si apenas sabes lo que yo percibo
como tu sentimiento. Lo primero
es entender el sentimiento propio
para poder sentir y comprender
la pena y la alegría de los otros.
Por eso nunca sobra ni es errado
mirarnos el ombligo y no olvidar
que no tiene sentido lamentarse
de la paja que hay en el ojo ajeno
sin percibir la viga que nos ciega
por llevarla en el nuestro.