Tus hijos no son tus hijos. Son los hijos e hijas del anhelo de la Vida. Vienen a través de ti, pero no de ti y, aunque están contigo, no te pertenecen. Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos, pues tienen los suyos propios. Puedes albergar sus cuerpos, pero no sus almas, pues sus almas habitan en la casa del mañana, que tú no puedes visitar, ni siquiera en sueños. Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no intentes que sean como tú.
El concepto de amor como posesión es perverso. Hace que en nombre del mismo se cometan los peores crímenes (ver Crónica del Viento: LA VIOLENCIA ABSURDA) . Esta misma idea aplicada a la educación de los hijos tiene efecto si cabe más perniciosos. El que piensa que la educación de los hijos consiste en crear clones de nosotros mismos a base de negarles toda libertad y someterles a una dictadura familiar consigue con su actitud la mayor parte de las veces el resultado contrario: Los convierte en seres antisociales, tristes y taciturnos y sin personalidad, en algunos casos y, quizá por fortuna, en otros, despierta su rebeldía y consigue que resulten absolutamente opuestos a lo que sus padres quisieron reproducir en ellos. Las bellas palabras de Gibran que encabezan esta entrada pienso que son una estupenda guía para entender en que consiste educar a nuestros hijos para que sean personas de verdad.